Tomo el mate mientras cargo el agua del barco y saludo al marinero del yate de al lado. Llevamos ya cuatro días cruzando solo saludos respetuosos y relajados, bien de mar. Camaradería. Me ve en las mañanas al fondo del muelle haciendo ejercicio mientras leo y tomo mate. Pero esta mañana es al revés.
Lo observo con más atención. Petiso, tailandés o indonesio quizás, muy normal en barcos. De esos que envían tres cuartos de su sueldo a su familia y no gastan ni en un chupetín. Si, discrimino, voy ya cuatro años en el mar y siempre se repite la historia. Sonriente, prolijo, fisionomía sana, fuerte, deportiva. Me toma un par de segundos darme cuenta de que es luchador.
Lo veo contando pasos y de golpe tengo este rayo de iluminación, se me había escapado. Los hombros relajados a penas hacia adelante, pero con la espalda recta, muchos músculos bien trabajados. El movimiento del cuello mirando al piso, la forma de estirar los omoplatos y encorvar las muñecas. La postura flexible y dispuesta a adaptarse a lo que viene. La caminata con un vaivén rapero, relajado, pero perfectamente medido.
No es tan sencillo ponerlo en palabras, pero quizás alguien perciba lo que escribo. Casi se puede escuchar una música. Hay ligereza en la fortaleza.
Cuando ya tengo esta tranquilidad de haber entendido que no era solo marinero, veo finalmente, ensalzando mi observación, que pone postura de golpe y suavemente relajalos brazos haciendo gestos de combate ya volviendo de su caminata. Bingo, soy un nene orgulloso. Ya decir si es Muai Thai es una estimación, aunque seguramente correcta. Cruzamos mirada sin verbo y sonreímos.
Todavía en el siglo XXI se pueden observar a las personas y descubrir algunas cosas de su vida. Cuando era chico leía a Baden Powell observar los zapatos de las personas en los buses para saber cuales eran sus oficios y tipos de vida, eso está difícil ahora, pero…
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