Porqué esa obsesión modernista de justificar todo con psicoanálisis ad hoc o mejor dicho precoz, con las estrellas, con nuestra artillería mistico religiosa de pseudo razones existencialistas y la mar en coche. Todo porque se nos olvidó cómo era nuestra cara de perro en un día de mierda.
Quien entiende a lo que voy, quizás disfrutará tanto como yo el hacerse a un costado de los grupos; podremos tener un día de mierda pero no es necesario ser un nene malcriado haciendo notar a todos nuestros dramas. Prefiero whisky seco o un vino solitario con copa grande.
Si toca estar en lo agreste, me alcanza con tener un amigo lobo viejo que ya me conoce todas las manias y gestos siendo siempre capaz de herirme mas que otros, por lo que no perdemos el tiempo y nos quedamos en silencio compartiendo vodka en petaca y una risa natural y ácida, de la de varios días sin bañarse y nada de romántico en los paisajes. Aunque de esto ya me estoy olvidando, Europa me tiene bien mimado.
El Carpe Diem tenía letra chica: disfrute el día tanto en los buenos como en los malos. Disfrute la tristeza y la frustracion, la soledad y el aburrimiento, la mediocridad y los días de mierda como lo que son. El palabrerío lo dejamos para momentos como ahora, en los que me aburro de guardia en timón por la costa de Córcega con seis nudos de viento en popa y marea de menos de veinte centímetros, sofisticado, fino, poético.
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