Me marcaban la frente, tatuajes biológicos hechos principalmente por el foto envejecimiento. Mi hermana me regaló un frasquito de Cicatricure cuando me vio en una de mis vueltas a Argentina, de hecho, la tercera visita. Después de escucharle todas las indicaciones de las mil formas de cuidar mi piel, de rehidratarla, de sacar el tejido viejo, de usar protector, del serum, la máscara, la exfoliación y las milmagias; pude darme cuenta lo que estaba pasando. El tiempo pasa. Repito, el tiempo pasa. Que esos años por la Puna con boina y sin protector, que la Patagonia y el viento, que la nieve y el snowboard, que la fiesta y el alcohol.
Si, todo eso. Pero nada quitaba que me miré al espejo, cosa que cada tanto vuelvo a hacer, y veo por fin los detalles del paso del tiempo. Que verdad, que dura verdad. Un día vamos a los treinta, un día pasaron quince años vertiginosos, ¡pero si somos la misma persona! ¿qué pasó? La cosa es que cuando hago todo el protocolo de cuidado facial, no puedo evitar sentir cierta sacralidad en el asunto, cierta cuestión sensible que me hace acordar que estoy ahí mirándome al espejo, que si me distraigo la vida se me escapa y el tiempo no va con vueltas y consuelos.
Consecuentemente me quedo siempre un minuto en silencio y sin moverme mirando mis pupilas y preguntando que hay ahí adentro antes de que me esfume. Que construí, qué quiero construir, qué se me está pasando, con qué o con quienes estoy perdiendo el tiempo. En qué otras trampas del egoísmo individualista y obsesionado por el tiempo personal estoy cayendo
¡También pienso muchas veces que mientras más me acelero por vivir más cosas, aún más rápido se agota la arena! Un día aprenderé a regar plantas amablemente, decorar mi casa con estilo, cocer pantalones rotos con paciencia, ponerme bien y parsimoniosamente las cremas, quedarme quietito y ver el tiempo en el tiempo. Lo que era cantidad y diversidad de experiencias va dejando de ser tan importante, es solo lo que tiene que ser si es quien debo ser. Ahora parece que se trata de concentrarme en hidratar bien la frente, y bueno malcriarme con unos masajes de dermaroller en la sien. Un día deja de ser un día y pasa a ser otro día, y pasa a ser otro que termina siendo cierto día, el último de nuestra vida. Que cruda, dura y bella verdad.
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